El passat dissabte dia 17, el Periódico va publicar un extens reportatge de C.ESCALES i R.DOMÈNECH, sobre el celibat i el Vaticà, amb testimonis d'ex-religiosos i ex-capellans, entre aquests, el nostre company en Constantí Sotelo, que es vegueren obligats a penjar els hàbits "per amor".
"Mi único pecado ha sido
enamorarme, le dije al obispo"
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Antonieta y Constantí se conocieron en el instituto de Balaguer donde él, cura, enseñaba |
El verano de 1977, Constantí Sotelo
(Pereira, Orense, 1939) emprendió el que probablemente sea uno de los viajes
más duros que habrá hecho en su vida. En un Seat 600, viajó de Balaguer hasta
La Seu d’Urgell, donde tenía cita con el señor obispo. Le iba a contar que se
había enamorado. Él era sacerdote, totalmente vocacional. «Lloré de felicidad
el día que me ordené, ahora hace 50 años», recuerda. Pero las lágrimas de
emoción también surgían imaginando lo que más deseaba en aquel momento: poder
vivir su amor con Antonieta Prats (Reus, 1952).
Ella había llegado al instituto de
Balaguer como profesora interina de castellano, en sustitución temporal de otro
docente. Él daba clases en el mismo centro. Palabras, vivencias, ideas,
aficiones, una manera de ser y sentimientos, y también la fe religiosa que
compartían les fue haciendo cada vez más cómplices de una relación que poco a
poco fue demandando más espacio en común. «Sí, era el cura, pero también era
compañero de trabajo», justifica Antonieta Prats.
«Cuando nos dimos cuenta del conflicto
que suponía compaginar mi condición de sacerdote y nuestra relación como
pareja, ya estábamos enamorados», dicen quienes hoy son padres de dos chicos y
abuelos de tres nietos. «Nos escribíamos cartas y nos las entregábamos en mano»,
explica ella. «Quedábamos en algún bar y siempre llevábamos apuntes y libros
para desplegar en la mesa, para simular que quedábamos para trabajar», rememora
él.
RECIBO DE LA LUZ Y HUEVO FRITO
Un día, Antonieta le dijo a él: «Yo no
me veo viviendo una historia contigo en la clandestinidad. Tenemos que
compartir el recibo de la luz y el huevo frito». Se lo dijo en unos campamentos
en Taizé, que la pareja hizo, acompañada de alumnos y otros profesores del
instituto. «Fue la primera vez que dormimos juntos», recuerda Sotelo. «En un
saco de dormir cada uno, claro, y en una sala donde dormía más gente»,
puntualiza.
"En aquel viaje, cada uno conducía
un coche y, cuando nos adelantábamos, nos hacíamos señales, con las luces de
posición y de freno», recuerdan. Una cincuentena de cartas clandestinas durante
casi un año, algunas de las cuales todavía conservan, fueron recogiendo la
esencia de aquel amor que, finalmente Constantí Sotelo sintió la necesidad
ética de dar a conocer al obispo. «Le dije: no tengo una crisis vocacional,
enamorarme es el único pecado que he cometido. He sido siempre fiel a mi
celibato como sacerdote, y no creo que mi vocación y mi amor a una mujer sean
una contradicción». Así fue como Sotelo introdujo su petición de poder vivir su
amor en pareja sin tener que colgar el hábito.
«Sabía que me diría que no», prosigue.
«Primero, porque el Derecho Canónico no lo permite, pero también porque, como
copríncipe de Andorra, el obispo de La Seu no se podía salir de la raya».
Ahí acabaron sus días como cura. Marchó
con Antonieta a Barcelona, donde dio clases de religión y música en un par de
institutos. La pareja encarriló su nueva vida, siempre conectada a la iglesia.
«Siempre agradeceré todo el bien que me hizo el obispado de La Seu enviándome
al instituto de Balaguer», concluye.
Amores prohibidos por el
Vaticano
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"La cuestión de los curas casados
está en mi agenda", pero también: "El celibato sacerdotal permanecerá
tal como está". Las dos frases del papa Francisco, pronunciadas con un año
de distancia entre la una y la otra, resumen la peliaguda situación en la
que se encuentra eldebate sobre el celibato dentro
de la Iglesia católica. A más de tres años de su elección, Francisco transmite la impresión de querer 'hacer
algo' en este ámbito, pero lo cierto es que lo único que ha hecho en esta
materia, o al menos lo último, ha sido apartar del cargo al obispo de
Mallorca, Javier Salinas, por una supuesta relación sentimental con
su secretaria.
Tal vez la primera novedad, que decepcionará a los católicos progresistas,
llegue de la lejana Amazonia. El año pasado se rumoreó que el Papa había
pedido por carta al cardenal Claudio Hummes, de 82 años, gran amigo de
Bergoglio, una reflexión sobre la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres
de probada fe, casados, no jóvenes y con una vida ejemplar. Sería solo en la periférica Amazonia, una región más grande
que muchos países, donde un solo párroco puede tener que administrar 60
comunidades.
El Vaticano ha desmentido el
rumor. "No hay ninguna carta", respondió un portavoz. Pero
el tema ha vuelto estos días a la actualidad al ser introducido en
el próximo Sínodo de la Amazonia, que está propiciando precisamente
el cardenal Hummes.
MUCHAS EXCEPCIONES
En la Iglesia de Roma ya existen unos
100.000 curas casados (sobre un
total de 420.000) y con familia, que ejercen sus funciones. Están los ortodoxos
de rito latino (fieles a la Santa Sede desde que se produjo el cisma del siglo
XI), que antes de ser ordenados curas pueden elegir si casarse o no, aunque de
hacerlo no podrán ser nunca obispos. Están también los varios centenares de
sacerdotes de la Iglesia anglicana, separada de Roma, que pidieron regresar
cuando aquella confesión de Inglaterra abrió sus puertas a los curas gais
y al sacerdocio y obispado de las mujeres: el papa Benedicto XVI les aceptó con
sus esposas e hijos, creando para ellos una diócesis sin territorio. Y en
los países excomunistas del Este de Europa todos los curas fueron castigados
por los regímenes, obligados a ser obreros y abandonados a su suerte ya que el
Vaticano no pudo seguir en contacto con ellos. La mayoría se casaron, pero al
caer el Muro de Berlín, fueron localizados por la Iglesia y
reincorporados, porque en aquellos países ya no había curas.
CURAS CON
ESPOSA
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DISPENSA DEL CELIBATO Un sacerdote
puede pedir la dispensa del celibato, que generalmente termina con la
concesión, aunque no suprime el hecho de que el interesado permanezca siendo
cura, ya que su ordenación es de por vida, pero no puede actuar como tal. Aun
así, algunos ejercen más o menos clandestinamente..
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SUSPENSIÓN 'A DIVINIS' Si un cura
abandona la sotana sin dar cuentas al Vaticano, suele ser suspendido 'a
divinis', o sea que ya no puede actuar más como sacerdote. Hasta Pablo VI
(1963-1978), las dispensas del celibato constituían una excepción, pero
sucesivamente la práctica se suavizó. Los dispensados actuales serían unos
60.000.
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UNA LEY 'MODERNA' El celibato no es un dogma (algo
intocable) sino una ley. Los evangelios no hablan de ello (san Pedro tenía una
suegra). Las primeras restricciones empiezan en el siglo IV, se refuerzan en el
siglo XI y en el XVI se establece la ley actual. Durante más de 12 siglos era
frecuente que los curas convivieran o frecuentasen a prostitutas.
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EL CASO DEL PAPA BORJA El caso más
conocido de la historia sexual de los eclesiásticos es el del Papa Borja,
Alejandro VI, con tres hijos habidos de una cortesana antes de ser elegido y
uno cuando ya era Papa, que fue conocido con el eufemismo de Infante Romano. Lo
ha documentado el historiador catalán Miquel Batllori.
Se trata de casos justificados por las
vicisitudes de la historia, al lado de los cuales existen las situaciones de
los díscolos, curas y obispos que un día se enamoraron, empezaron a convivir
con una mujer, tuvieron hijos. Algunos abandonaron la Iglesia, pero otros
reivindican su derecho a seguir ejerciendo como sacerdotes. Hay también
numerosos curas, principalmente en África, con familias a cargo de los
presupuestos de las diócesis.
65.000 CASOS
Existen varias plataformas que reúnen a los
sacerdotes casados o les apoyan, como
Diálogo, la Asociación de Sacerdotes Obreros Casados y Somos Iglesia.
"No queremos justificaciones bíblicas ni cambiar el derecho canónico
[eclesiástico], sino solo poder volver a ejercer el ministerio",
explica el expárroco casado y punto de referencia Giuseppe Serrone. Afirma
que "no existen estadísticas oficiales públicas" sobre los
curas casados, aunque cifra en unos 65.000 los casos que se habrían producido
en 40 años.
Desde su propia experiencia, informa
Carme Escales, el exjesuita Santiago Díaz de Quijano también
aboga por la revisión del celibato. Antes de dejar la compañía de Jesús,"iba de psiquiatra en psiquiatra, estaba deshecho",
confiesa. "Mi corazón y mi cuerpo no entendían la castidad", dice.
"En la vida, hay sufrimiento que genera vida, que forma a la persona y la
hace más serena, pero hay otro que no genera nada de eso, y en este último me
sentía yo", recuerda. De modo que a los 28 años dejó de ser
jesuita y a los 31 conoció a la que sería su esposa y madre de sus tres
hijos.
REGLA DE VIDA, NO DOGMA
Respondiendo a las preguntas que le
hicieron cinco curas casados en el 2015, invitados a su casa del Vaticano,
Jorge Bergoglio dijo que "se trata de una cuestión a la que la Iglesia da
importancia, que está en la agenda de la Congregación
[ministerio] del Clero, aunque no es fácil de resolver". El
celibato de los sacerdotes "no es un dogma de fe sino una regla de
vida", por lo que "la puerta está siempre abierta" a un
cambio, "si bien en este momento hay otros temas sobre la mesa",
respondió a los periodistas regresando de Tierra Santa. La pregunta partía de
una carta que 26 mujeres, esposas de curas, habían escrito al Papa "para
romper el muro de silencio y de indiferencia con el que chocamos cada
día".
MENSAJES CONTRADICTORIOS
Juan Pablo II se negó a separar el
celibato del sacerdocio y también Benedicto XVI. En febrero de este año,
Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, dijo en un simposio que
"la reforma del celibato no está bajo examen del Papa, no que yo sepa por
lo menos". Finalmente, el Papa, hablando a los obispos
italianos, dijo este año que "el celibato sacerdotal permanece como
es", lo que pareció contradecir que estaba en su agenda. A menos que
desde la Amazonia llegue un primer paso.
"Dejé de ser fraile
porque quería enamorarme"
Eduard y Maria Jesús, antes que pareja, padres, abuelos y heladeros fueron
capuchino, él, y religiosa secular, ella
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Entre estantes de libros y poemas de
Pedro Salinas y Joan Salvat-Papasseit, los versos fueron hilvanando la
atracción entre Eduard Eroles (El Poal, 1946) y Maria Jesús Martí (Ciutadella,
1938).
Él había sido fraile capuchino y ella,
monja secular. Ella trabajaba en El Hogar del
Libro, en la barcelonesa calle de Bergara, también cantaba y formaba parte de
grupos de folk. La pareja se había conocido, unos años atrás, en un curso de
música en Lleida. Y fue el reencuentro fortuito en la librería el que fijó el
inicio de una fecunda amistad.
"La complementariedad y la sintonía
nos unía", expresa Eduard Eroles. "Compartíamos poemas, y era como
tirarnos florecitas. La transparencia de sus ojos azules, su sencillez y
sinceridad, pero también sus inquietudes y generosidad me enamoraron",
evoca Eroles, que antes de dejar los hábitos ya ansiaba encontrar el amor."Yo no dejé de ser capuchino porque me hubiera enamorado,
sino porque quería enamorarme".
Siendo estudiante de Teología, Eroles participó en la Caputxinada y en la
manifestación de curas de la Via Laietana, en 1966. El reconocimiento de los
derechos de la mujer ha implicado socialmente a este exfraile que, con 12 años,
entró en el seminario menor de los capuchinos de Igualada. "Uno de ellos
había venido a la escuela a hacernos juegos de magia y nos habló de las
misiones", recuerda. "Yo no sentía una especial revelación, pero me
sedujo la idea de salir del pueblo", afirma.
COMO ANTES DEL SIGLO XIX
"En 1970, dejé la orden. No me sentía lleno interiormente, ni acompañado",
confiesa. "Además, el Concilio Vaticano II había anunciado muchos cambios
en la Iglesia que no llegaron", prosigue. "El respeto a la figura de
la mujer y la vida en común de hombres y mujeres en la Iglesia ni se
tocaba", dice. "La mujer obtuvo su derecho a votar y a elegir cuándo
ser madre, pero la iglesia seguía como antes del siglo XIX, en otra
órbita", prosigue. "Y mientras en la iglesia oriental católica
ortodoxa curas y monjas se casan, nuestra obediencia latina aún hace del celibato
un tema tabú", compara. "El Concilio acabó en 1965, y en los años 70,
hubo grandes crisis y desafecciones religiosas, casi el 80% de menores de 35
años dejaron el convento al no hallar en la Iglesia apoyo interior y
afectivo", declara Eduard Eroles.
Maria Jesús Martí también había dejado
su vida religiosa, aunque por otros motivos. Estuvo muchos años en un instituto
secular católico, cuyos miembros profesan los tres consejos evangélicos de
castidad, pobreza y obediencia. "Me encargaba de la enseñanza musical,
hasta que murió mi hermana y tuve que ocuparme de mis seis sobrinos
huérfanos", explica Martí, que tenía 33 años cuando conoció a Eduard, con
quien tiene hoy dos hijos y cuatro nietos.
HELADEROS
"Nuestra religión la tradujimos en
ayudar y estar con la gente", precisa
Martí. "No deshicimos nuestra vida, seguimos teniendo amigos frailes y
monjas, pero ampliamos amistades y familia. Vivimos como cualquier
creyente", dice.
Sobre la reciente destitución del obispo
de Mallorca Javier Salinas por su relación con una mujer, Maria Jesús Martí
apunta: "En Menorca tenemos un dicho: 'Som de terra i terrajam'. Flaquezas y tentaciones tenemos todos, somos así.
Por nada del mundo juzgaría si alguien hace bien o mal, pero la mentira me
duele en el alma".
La pareja aprendió el oficio de
heladero y en 1982, abrió Sa gelateria de Menorca, que hoy sirve delicias
artesanales en tres heladerías propias y en cinco franquiciadas.
"Compartimos nuestra felicidad con los otros, con la dulzura de un
helado", concluye Eroles.
"Quería ser madre y opté
por la reproducción asistida"
Laura Steegmann fue monja franciscana hasta que su deseo de tener hijos
pudo más
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A los 21 años, su experiencia en
una misión con monjas franciscanas, en Argentina, hizo que
Laura Steegmann (Barcelona, 1974) se sintiera atraída por la vida religiosa.
Así, la joven, que había estudiado enfermería en Barcelona, se formó en
teología en Madrid y Salamanca y partió de misiones.
Tras un año en Benin (África), regresó a
Madrid, donde trabajó con niños con discapacidad en una comunidad franciscana y
en un centro asistencial de los religiosos camilos para ancianos. Esto llenó su
vida durante más de diez años. "Me sentía feliz y segura", recuerda.
Pero, meses antes de cumplir los 34
años, empezó a sentir muchas ganas de ser madre. "Siempre pienso que la
vida cambia porque cada cual elige caminos a seguir", verbaliza Steegmann.
"Y donde eres feliz es donde debes estar. La felicidad cambia de lugar, y
eso me ha enseñado a tener la mente abierta, hay que estar preparada para los
cambios".
No tomó de un día para otro la decisión
de dejar los hábitos para ser madre, puntualiza Steegmann. "Pasé un año
reflexionando sobre ello, y compartiendo mi inquietud con la comunidad de
religiosas".
Cuando al fin se decidió, Steegmann
estaba lista para seguir la estela de la felicidad. "Mi vida como
religiosa fue muy rica, aprendí mucho, pero empecé a desear que mi felicidad
tocara más con los pies en el suelo, que fuera más humana y vinculante, con
lazos afectivos más fuertes. Y eso fue lo que sentí que me ofrecía la
maternidad", relata.
LA FIGURA DE UN HOMBRE
Antes de hacerse monja a los 21 años,
Laura Steegmann se había sentido atraída por algún chico, pero no había llegado
a formalizar ninguna relación. Y a los 35, recién secularizada por su deseo de
ser madre, no consideraba la figura de un hombre necesaria para culminar su
felicidad. Sobre todo, no veía fácil hallar a uno que encajase en su proyecto
de vida. "Era consciente de que, a aquella edad, la reserva ovárica
disminuía, lo tenía que hacer ya, porque se me pasaba el arroz, y opté por la
reproducción asistida para ser madre más rápidamente", explica. "Más
allá de que haya un padre o una madre, la familia está allí donde se vive el
amor con intensidad. Donde hay amor, hay una familia. Sé que la vida puede
cambiar, y estoy abierta a ello, pero no busco una pareja. El placer es bueno y
es vida, pero no se vive solo a través del sexo, ese es solo un medio. La
afectividad es otro, y yo ahora me siento feliz y plena afectivamente",
confiesa.
LLEGARON NICO Y NIL
Con una primera fecundación, llegó Nico,
que hoy tiene cinco años. Y, cuatro años después, le fueron transferidos
embriones congelados del primer tratamiento, y llegó Nil, que ha cumplido 18
meses. "Afortunadamente, en la residencia en la que sigo trabajando –es
directora de enfermería en cuidados paliativos– los hermanos camilos tienen una
mente muy abierta y respetaron mi nueva situación, valoran a la persona más
allá de sus opciones de vida", celebra. "Con nosotros, hay muchos
excamilos trabajando, y algunos dejaron la comunidad para vivir en pareja, y mantienen
muy buena relación con la orden".
Potser estan bé totes aquestes esperiències personals però, crec, el primer de tot és no fer mal a ningú amb
ResponEliminales seves actituts, accions o prèdiques durant la propia vida. Penso que seria bo tenir-ho present tot i que,
en cap cas, segur que no hi ha hagut mala fe.